Oscar Wilde un día se encontraba sin dinero.
Después de comer en un buen restaurant, preguntó al waitres:
- Podría prestarme una guínea?
El mesonero accedió y, cuando iba a dársela, Wilde lo detuvo:
-No, no me la dé. Guárdesela, es para usted. Es su propina.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo