En América Latina faltan Estadistas. Entiéndase por tales aquellos hombres y mujeres de sólida formación intelectual y política, capaces de ver más allá, a lo lejos, lo que le conviene a sus pueblos. Que sean partidarios de la existencia de instituciones poderosas, entre ellas, la de un Poder Judicial que, actuando en forma independiente garantice el Estado de Derecho.
Esos Estadistas deben gobernar en función de los intereses de todos. Capaces, a través del diálogo, de involucrar a toda la sociedad en el difícil arte del gobernar, porque el éxito de éste debe ser obra, no sólo del presidente, sino de todos los ciudadanos. No sé por qué adviene a mi mente Fernando Savater, quien, en su libro El poder de elegir, plantea como única revolución posible, ¨la revolución de la ciudadanía ¨.
Por supuesto, que ese Estadista ha de ser un demócrata convencido y no un autoritario, porque con un dictador, tirano o autoritario, esa revolución ciudadana no es posible. Al ciudadano se le hace más difícil la lucha por un país mejor. La sociedad civil se debilita, a extremos casi de desaparición.
El Estadista conocedor del presente trata, con su visión a largo plazo, de ser responsable, sobre todo en materia de economía, no siendo demagógico ni dogmático. Sabe que no puede desdeñar la inversión foránea, que debe fortalecer el mercado interno. Su lucha, con tacto, mucho tacto, y sobre todo realismo, debe estar en dirección hacia la armonización del crecimiento económico con el bienestar social. Sólo así, de esa manera, podría fortalecerse la democracia en Latinoamérica.
Como demócrata ha de creer en la descentralización. Debe fortalecer las regiones transfiriendo recursos y servicios. Velando siempre por la transparencia de los distintos niveles de gobierno. Y en reuniones internacionales, donde realmente se justifique su presencia, propiciar acuerdos para ir, paso a paso, mejorando la legalidad global porque se requiere también de un Poderoso Poder Judicial Internacional.
Esos Estadistas deben gobernar en función de los intereses de todos. Capaces, a través del diálogo, de involucrar a toda la sociedad en el difícil arte del gobernar, porque el éxito de éste debe ser obra, no sólo del presidente, sino de todos los ciudadanos. No sé por qué adviene a mi mente Fernando Savater, quien, en su libro El poder de elegir, plantea como única revolución posible, ¨la revolución de la ciudadanía ¨.
Por supuesto, que ese Estadista ha de ser un demócrata convencido y no un autoritario, porque con un dictador, tirano o autoritario, esa revolución ciudadana no es posible. Al ciudadano se le hace más difícil la lucha por un país mejor. La sociedad civil se debilita, a extremos casi de desaparición.
El Estadista conocedor del presente trata, con su visión a largo plazo, de ser responsable, sobre todo en materia de economía, no siendo demagógico ni dogmático. Sabe que no puede desdeñar la inversión foránea, que debe fortalecer el mercado interno. Su lucha, con tacto, mucho tacto, y sobre todo realismo, debe estar en dirección hacia la armonización del crecimiento económico con el bienestar social. Sólo así, de esa manera, podría fortalecerse la democracia en Latinoamérica.
Como demócrata ha de creer en la descentralización. Debe fortalecer las regiones transfiriendo recursos y servicios. Velando siempre por la transparencia de los distintos niveles de gobierno. Y en reuniones internacionales, donde realmente se justifique su presencia, propiciar acuerdos para ir, paso a paso, mejorando la legalidad global porque se requiere también de un Poderoso Poder Judicial Internacional.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo