“¿Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en particular,
miembros de ese cuerpo?” (1 Cor 12, 27- 31)
León XIII dictó su segunda encíclica con el título Quod
apostolici muneris, sobre el socialismo. Esto ocurrió el 28 de diciembre de
1878, día de los Santos Inocentes y cerca de un nuevo año.
Se constituyó en una toma de posición, en una etapa histórica
en la cual la Iglesia discerniendo sobre ésta, respondía con la Luz del
Evangelio de Jesucristo y su discurso social, adecuado a la realidad.
Estoy escribiendo enmarcado en una circunstancia que debe ser
apreciada en su tiempo. La Doctrina Social de la Iglesia respondía a doctrinas
emanadas de sectas y sociedades secretas que, habiendo acuñado el socialismo,
el comunismo y el nihilismo, levantaban a las masas en contra de los valores
morales, las instituciones naturales y los principios de autoridad y propiedad.
El señuelo para las masas depauperadas y desesperadas por sus
condiciones materiales de vida, era levantarlas, alzarlas, contra los ricos, a
quienes consideraban los autores de su pobre casa o la explotación en la
fábrica: paradójicamente, estimulaban la codicia de las clases bajas, esa
codicia que, no siempre parece ser coto exclusivo de los ricos. El señuelo se
fundaba en la igualdad entre todos los hombres; pero, ¿era verdad?
Realmente, de fondo, esas sociedades de hombres pensantes e
inteligentes aprovecharon esas difíciles situaciones devinientes de poderosos,
de debilidades, incluso, de Pontífices Romanos que se dejaban intimidar por las
amenazas de los socialistas, comunistas y nihilistas, algo parecido a lo que
sucediera en Italia y en Francia con la reciente visita del presidente iraní
que, para “respetarlo” en su religión islámica, cubrieron la desnudez de
monumentos.
Volviendo al fondo, se quería destruir a Dios, la fe en
Cristo, considerándola enemiga de la razón. Se desterró, al mismo Autor y
Redentor, de universidades, institutos y escuelas y de todo el conjunto público
de la vida humana.
Ayer, hoy – mañana, también – hay que defender la fe
cristiana con honor, decoro, sin miedo. Por tanto, se debe denunciar la
falsedad del uso del Evangelio por parte de los socialistas, comunistas y fascistas
para engañar incautos, en su afán de adecuarlo a sus intenciones. Hay que destacar las grandes diferencias
entre sus perversos dogmas y la purísima Doctrina de Cristo. Hay que defender
la sociedad civil, la sociedad doméstica, el Matrimonio, la vida, la propiedad
privada, la libertad… Poner todas las fuerzas para que la doctrina católica
llegue al ánimo de todos y penetre en su fondo. Hacer resplandecer las obras
virtuosas y santas, recordándoles a los gobernantes de que usen su poder para
edificar y no destruir.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo