Laborem Excersens fue la tercera encíclica de Juan Pablo II,
dictada a la humanidad el 14 de septiembre de 1981, en homenaje a un año más de
la Rerum Novarum.
Leerla, releerla y estudiarla, en el ámbito del designio de
Dios de darle al hombre una imagen sagrada y una misma naturaleza a sus
actividades. Es tener presente el Evangelio del trabajo, a Cristo trabajador y
la Doctrina Social de la Iglesia.
El trabajo es sagrado y da dignidad a la familia, y,
obviamente, al trabajador. Lo ha reiterado nuestro santo Papa Francisco. “Causar
una pérdida de puestos de trabajo significa un gran daño social”, ha manifestado
el pontífice actual. Daño que afecta a niños, a jóvenes y a los ancianos,
principalmente, en una, cada día más creciente, “cultura del descarte”.
El trabajo tiene dos sentidos pero el más importante es el
subjetivo, como persona. El hombre, realiza su humanidad, su vocación. No puede
ser considerado mercancía, ni instrumento de producción, como ha sido el
tratamiento que, en desmedro de su dignidad, ha recibido del capitalismo
salvaje y del socialismo salvaje, de ese conflicto del liberalismo y del
marxismo. La Iglesia se siente comprometida con la defensa del hombre, de su
dignidad, de él y de la familia, y de la solidaridad.
La Iglesia ha proclamado la prioridad del trabajo frente al
capital, y ha defendido la propiedad privada obtenida del trabajo, incluso
sobre los medios de producción, pero ha rechazado y rechaza la propiedad
privada absoluta.
El desempleo o paro forzoso no puede ser visto con
indiferencia por los cristianos católicos. Desempleo que crece cada día más y
hace pensar en la depresión de los años 30 del siglo XX. La Revolución
Industrial antes, que llevó, a graves
injusticias sociales, al Papa León XIII a promulgar la encíclica Rerum Novarum.
El trabajo siempre será cuestión social novedosa de justicia y paz. No puede
haber justicia y paz con desempleo, que, hoy, ante la llamada IV revolución
industrial, que ya se inició, se hace terrorífico, porque la automatización,
las nuevas y avanzadas tecnologías, llevan a pensadores futurólogos y
perspectivistas a pensar en el “fin del trabajo” y en un futuro de
oportunidades difícil de creer.
Se afirma que el fin del trabajo se encuentra en el campo de
los mitos, pero pienso que es una dolorosa realidad, que dará por consecuencia
una élite que dominará (¿?) la economía global ante el control de la tecnología,
idólatra del dinero, generación del dios dinero que pierde el sentido ante la
acumulación de la ganancia económica; por un lado; y por el otro, millones de
seres desempleados, no sólo obreros, sino intelectuales proletarizados. En
Venezuela ya sólo existe dos clases: ricos y pobres. Mi esposa sostiene que son
tres: ricos, pobres y paupérrimos. Es el escenario mundial laboral.
Se afirma que se seguirá fortaleciéndose el llamado tercer
sector, el del voluntarismo, de las asociaciones sin fines de lucro, que esa
élite citada, mantendrá, para que rija la renta mínima universal para la
existencia de un nuevo contrato social.
Venezuela paga salarios mínimos en un 80 por ciento de la
población laboral, con una inflación estimada la más alta del planeta, con una
cesta alimentaria que cuesta unos 140.000 bolívares (el salario y las
pensiones-jubilaciones no llegan a diez mil bolívares “fuerte”), en un capitalismo
de Estado llamado socialismo del siglo XXI.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo