“La paz es un valor” (San Juan Pablo
II).
Pablo VI afirmó que la paz es “un deber universal” (Mensaje
para la Paz, Enero de 1969). Es un deber de los gobernantes, de los ciudadanos
y de todas las instituciones que luchan por la dignidad de las personas y el
respeto de los derechos humanos; un deber que consiste en promoverla y
defenderla con la conciencia de que sin la justicia y sin el amor no hay paz.
Se equivocan quienes piensan que la paz es sólo ausencia de
guerra. No señor. La paz es el resultado de una correcta concepción de la
persona humana (Centesimus annus, 51). Diría que esta concepción obliga a
respetar la dignidad del hombre y de la
mujer en todos los ámbitos del planeta. Conlleva que nos ocupemos del bien común.
La promoción y defensa de los derechos humanos no debe ser
mera letra constitucional ni materia de conferencias internacionales, ni de
cumbres, sin desmeritarlas; pero, poniendo en primer plano el cumplimiento, por
parte de los gobiernos, de esos derechos. Ningún gobierno puede basar su
actuación en la violación constante de esos derechos sin que se le sancione por
parte de los organismos competentes, encargados de velar por su puesta en
ejecución. Su consecuencia, es la necesaria e indispensable convivencia
pacífica y el logro del desarrollo de individuos, pueblos y naciones.
No puede andar bien una nación cuando su gobierno sea acusado
de violaciones de esos derechos; violaciones, cuyas acciones penales son
imprescriptibles. Tarde o temprano, o más temprano que tarde, pagaran por las
torturas, víctimas y asesinados por esas acciones crueles contra la vida y
dignidad de los atropellados por las mismas.
Una cultura de paz se inicia en el interior de cada persona,
extensiva a las familias y a la comunidad política; pero es producto,
fundamentalmente hablando, de un clima
de concordia y de respeto de la justicia. Solo así puede “madurar una auténtica
cultura de paz” (Juan Pablo II); capaz de ir al campo internacional.
Los focos de violencia, existentes en el planeta, que hacen
pensar que vamos hacia una guerra mundial devastadora del hombre sobre la
tierra, han de ser combatidos, no con más violencia. Juega un papel de primera
línea el diálogo, el ejercicio de la diplomacia y de la política, el combate
racional dirigido a superar esos conflictos.
La violencia es indigna del hombre y es esa la conciencia a
desarrollar. La violencia destruye la dignidad, la vida y la libertad del ser
humano, según Juan Pablo II.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo