Varias veces me he preguntado sí soy prudente y oportuno,
escribiendo, casi que a diario, sobre la Paz y su necesidad urgente. He
recordado al apóstol Pablo que decía hay que anunciar la Palabra de Dios a
tiempo y a destiempo. La Paz es un don de Dios. He querido saber cuál es la
naturaleza de esta presencia escritural y, también, me he respondido: Una
cátedra de educación para la paz.
La acción del Espíritu Santo me puso, aún más, en ese camino,
cuando ese hombrecito grande, sencillo, santo y sabio, Monseñor Ubaldo Santana,
me juramentó Presidente de la Comisión Arquidiocesana de Justicia y Paz, y juramentó,
también, a Gustavo Ruiz y a Kenia Sánchez, Vice-Presidente y Secretaria,
respectivamente, de ésta Comisión, creada por el Arzobispo de Maracaibo. La que
ha contado con la sabia asesoría permanente de los Diáconos César Montoya y
Jorge Monsalve.
Ese camino de educar para la paz “no es una empresa pequeña
ni tampoco fácil” (Pablo VI, 1975); pero vale “una misa en Paris” recorrerlo.
La Paz requiere de una acción continua, en todo momento saber
engendrar la paz, hacer la paz. Venezuela no quiere seguir llorando cada vez
que un hijo se le va. Desea ver a sus líderes de gobierno, oposición, a ti y a
mí, propiciando la reconciliación, el camino hacia la paz. Quiere hechos
desinteresados, de amor por el país, de unidad nacional, de hermanos tomados de
las manos… no quiere seguir escuchando amenazas de tomas de armas para defender
lo indefendible porque contra la verdad no hay defensa con posibilidad de éxito
alguno. La llamada “revolución” presenta un balance negativo inquietante para
nacionales y extranjeros. Venezuela es hoy preocupación permanente de buena
parte del mundo, por no decir del planeta entero.
Tengamos fe y esperanza. Dios actúa en la escena de la
historia donde cambian los hombres y las cosas también, es decir, “las
cuestiones, de cuya equilibrada solución depende la convivencia pacífica entre
los hombres” (Pablo VI).
Interioricemos la paz en nuestros corazones. Es verdadero
humanismo, verdadera civilización, en palabras del hoy Beato, Pablo VI, el
hombre que hizo posible el Concilio Vaticano II, ya que San Juan XXIII, en acto
de valentía para renovar la Iglesia, sólo pudo convocarlo. Digamos NO a las
armas. Hay que convertirlas en instrumentos de arados de la tierra. NO a la
violencia. Amemos la vida. Amemos al prójimo. Amemos la Paz, la justicia, el
derecho, y el bien común.
Cristo es la Paz. El es el principio de la
reconciliación (Fil 4, 7).
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo