“No puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano
en situación de calle y que si lo sea una caída de dos puntos en la bolsa” (EG
53).
No creo pecar de atrevido si afirmo que el amor de nuestro
Santo Papa Francisco viene desde su niñez. El mismo lo confiesa al exponer una
historia vivida cuando niño.
Resulta que estaba un anciano almorzando con su hijo, nieto y
nuera, y al tomar la sopa se manchó la camisa. Esto produjo el enojo de su
hijo, quien lo apartó de la mesa y ordenó hacerle una para que comiera sólo.
Pasados los días, encontró al hijo con su madre trabajando, y
el padre, curioso, le preguntó al muchacho ¿Qué estás haciendo?, a lo que el
niño respondió; Papá, una mesa para cuando tú seas viejo…
Esta historia impresionó al niño Bergoglio, y por ello,
afirmo, sin ambage alguno, que de allí nace su amor por los ancianos y por los
abuelos.
Desde entonces, durante su vida, y más desde que fuera electo
Papa, han sido muchas las intervenciones a favor de los ancianos y de los
abuelos, que junto con los jóvenes, son los polos de la vida de los pueblos.
Pero, lamentablemente, la civilización mundial, actual, principalmente
Occidente, se ha “pasado la rosca” y ha hecho al “dios dinero” causa de
exclusión, de descarte, consecuencia de una economía que “mata”, que ha hecho
una brecha – la sigue haciendo – entre una minoría feliz y millones de seres
humanos sin derecho, incluso, a ser si quiera explotados por no tener empleo y
ser considerados desechos sociales.
Para la meditación permanente de los gobernantes,
empresarios, creyentes y no creyentes, personas de buena voluntad, financieros,
debería ser aquello de que “un pueblo tiene futuro si va adelante con los dos
puntos: con los jóvenes, con la fuerza, porque lo llevan adelante, y con los
ancianos, porque estos aportan la sabiduría de la vida” (Francisco).
Un pueblo que no respeta a los abuelos es un pueblo sin
memoria.
La historia bíblica nos habla de muchos ancianos y lo que han
sido capaces de hacer. Abraham, Simeón, Ana, Policarpo y Eleazar por sólo
indicar algunos. En el caso de Eleazar, en vez de cuidarse a sí mismo, piensa
en los jóvenes, en lo que con valentía les dejará como recuerdo: coherencia de
fe en Dios, y testimonio de rectitud. Eligió el martirio para ser ejemplo para
con los jóvenes, no se convirtió en un aventurero, de esos que hoy saltan
fácilmente de un partido a otro, de una religión a otra, de venderse por
contratos…
Hay que orar y rezar mucho por los ancianos, cuidarlos, no
abandonarlos, no dejarlos botados en asilos, no permitirles hablar ni actuar,
de denunciar a pleno pulmón la eutanasia escondida de la que habla el anciano
Francisco, de una eutanasia, también, en lo cultural.
“Acuérdense de quienes los dirigían, porque ellos les
anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo terminó su vida e imiten su fe”.
(Carta a los Hebreos capítulo 12).
La vejez es un tesoro de la sociedad. “La vejez es la sede de
la sabiduría de la vida. Donemos esa sabiduría a los jóvenes” (Francisco).
Todas estas intervenciones del Papa Francisco,
han llevado a la celebración de la Jornada Internacional dedicada a la tercera
edad el próximo 28 de septiembre en la Plaza de San Pedro en Roma, al encuentro
del sumo Pontífice, hombre sabio, santo, humilde y sencillo con los ancianos y
abuelos que, espero, se institucionalice por toda la eternidad y cada año sea
celebrada para recordarle a la humanidad entera que hay que cuidar a los
ancianos y a los abuelos: Tesoro de la Sociedad.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo