“… si no
tengo caridad soy como bronce que suena o como címbalo que retiñe” (1 Co 13, 1)
Nadie puede
negar que estamos en un mundo de cambios asombrosos, que producen una vasta
transformación. De una sociedad mundial que tiene a la humanidad en dudas,
inseguridad, incertidumbre, nerviosismo, porque la información llega a
borbollones al instante, cuando los hechos están ocurriendo. Verbigracia, lo de
Brasil, antes lo de Turquía, es impactante.
Quiero dejar
plasmado, que es obvio, que haya hoy hombres y mujeres sin bienestar espiritual
y si lo tiene en lo material, este no es de todos.
La falta de
bienestar espiritual se expresa en una profunda crisis de fe, de alejamiento de
Dios e incluso de su negación. Han surgido – surgen cada día más – sectas, “religiones”
a la carta, o dicho de otra manera, es la increencia lo que domina.
Son millones
las personas que andan en búsqueda de sentido a la vida. A veces dudo que sea
verdad, cuando ocurre lo que sucede donde no hay respeto por la vida, donde
crece el delito con todo tipo de crueldad, de irrespeto a la dignidad de la
persona humana, porque qué otra cosa puede ser el secuestro, el tráfico de
personas para fines de esclavitud sexual, el aborto.
¿Consecuencias
del vacío espiritual? ¿Consecuencias de la falta de amor a Dios?
Se habla de
modelos y ¡de repente! los pueblos se levantan violentamente alegando
empobrecimiento, y denunciando la corrupción cada día mayor, la falta de buenos
servicios, de empleos dignos, de seguridad social. El crecimiento económico no
llega a todos.
Francisco ha
dicho que el creciente desempleo mundial se manifiesta en pecado contra la
posibilidad del hombre de ganar el pan para su sustento y el de su familia. Ha
denunciado, sin decir expresamente al denunciado o denunciados, que el
despilfarro de la comida es un robo que se le hace a los pobres y ha ido más
allá, sosteniendo, que se produce comida para todos pero la codicia, de
intereses financieros internacionales, no permite acabar con el hambre.
Ante esta
realidad, los cristianos debemos ir por el mundo a evangelizar (Mc 16, 15), a
llevar la Buena Nueva, a denunciar, sin miedo, el pecado. A anunciar a Cristo
como el único salvador de la humanidad. El que cree en Él vivirá por siempre.
La nueva
evangelización de la fe cristiana implica comunicar.
Está en el
tapete el cómo hacerlo, como en su momento histórico hiciera Jesús que, fue tal
su infinita imaginación, que alimentó sus parábolas con los elementos
pastoriles de una comunidad campesina, logrando con ellas enseñar a sus
discípulos. Por esta razón afirmo a los cuatro vientos que Jesucristo es el
gran comunicador de todos los tiempos.
Nosotros, los
hombres y mujeres católicos de la actualidad, debemos imitar a Cristo y con
mucha creatividad, imaginación a raudales, adecuar la cultura actual al
Evangelio. Inculturizar con éste, llevarlo a las raíces de un mundo lleno de
secularismo, sincretismo y relativismo, penetrar los corazones de las personas
que sufren de vacío espiritual.
Responder a
la cultura digital con sus avances tecnológicos maravillosos, usando las redes
sociales para que se conviertan en redes capaces de pescar a pecadores.
Transmitir digitalmente la Palabra de Dios.
La Iglesia
siempre ha sido experta en creatividad de imágenes y signos, en música, y lo
seguirá siendo.
Todo lo antes
expuesto, hay que hacerlo con autenticidad, sin perder de vista la capacidad de
la Palabra de Dios de tocar los corazones más que al esfuerzo nuestro. Elías
reconoció la voz de Dios “en el susurro de una brisa suave” (1 Re 19, 11 – 12).
Son guías de
estas notas, el Mensaje de Benedicto XVI para la 47 Jornada Mundial de la
Comunicación Social que, con el título de Redes Sociales: Portales de verdad y
de fe; nuevos espacios para la evangelización, produjera el santo Papa emérito
recientemente.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo