En el libro Hechos de los Apóstoles (He 4, 32-36) se nos dice como era la primera comunidad cristiana (Siglo I D.C.): “La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todos los tenían en común”. Existía comunidad de bienes, o dicho de otra manera, propiedad comunitaria.
Un hombre, que llamaban Bernabé (Bernabé significa, el consolado), vendió su campo y puso el provecho de esa venta a disposición de los apóstoles (He 4, 36-37). La finalidad era y es cristiana: que nadie pasara hambre y careciera de lo necesario para vivir, sin embargo, algunos no actuaban como lo hizo Bernabé. Verbigracia, los esposos Ananías y Safira que vendieron su posesión y no ingresaron lo obtenido a la comunidad, mintiendo al ser requeridos por Pedro y recibiendo el castigo de Dios por la falta cometida (He 5, 1-10). Ellos habían respondido por separado que si, y la muerte, también por separado, fue el castigo de Dios.
Parece que, desde entonces, no todos están dispuestos a librarse del apego a la riqueza. Ese apego, que como pasión desordenada, afecta el amor a Dios, como nos los expresa San Francisco de Sales, en su tratado de amor de Dios.
Puedo afirmar que el ideal cristiano primitivo es una hermosa utopía que siempre estará presente para fortaleza de la Iglesia y de todos los discípulos de Jesucristo: dar todo para que nadie pase necesidad. Es la razón de ser de la orden mendicante que fundara San Francisco de Asís.
San Clemente de Alejandría del siglo II D.C., hombre culto, clasicista griego, sin ser el griego, dejo muchas obras. Una de ellas, titulada, ¿Quién es el hombre rico que se salvará?, basada en San Marcos 10, 17-31, que se refiere al joven rico que es invitado por Jesús para que venda todo y lo reparta entre los pobres, para luego seguirle, sostiene que el Señor lo que quiere no es que tiremos la riqueza y nos apartemos del dinero. Lo que quiere el Señor, según el autor citado, es que desterremos las pasiones desordenadas - entre ellas la codicia por las riquezas - y que el alma no tenga la primacía del dinero. Y finaliza diciendo, ¿Qué se puede repartir si no se tiene nada? ¿Qué comunidad de bienes se puede dar si no hay bienes? ¿Qué se puede repartir si no hay que repartir? ¿Qué necesidades podrían satisfacerse?
Indudablemente no es estar atado a la riqueza, no es dar todo. Es estar dispuesto siempre a compartir.
Y si hablamos de economía, en este siglo XXI convulsionado, esta, esta para servir a las personas y no las personas para servir a la economía (Manfred Max-Neff, La economía descalza). La base de esta postura económica alternativa-ecológica es moral, busca el bienestar humano.
No debería el ser humano concentrar su espíritu y su mente en acumular riquezas, ganar, ganar, ganar... mas dinero - que no es ilícito el hacerlo -, que lo lleve a un malestar existencial o a un materialismo consumista, capaz de embotar la vida espiritual que, para asombro de Mario Vargas Llosa, esta ocurriendo en China - la del insólito comunismo-capitalismo autoritario - y, lo mas grave de todo en sus jóvenes (Vargas Llosa, Mario. El aire fresco y las moscas. El País, 3-7-11).
Por cierto que China le teme al poder del espíritu representado por Dalai Lama y por eso reprime todo tipo de disidencia. El Dalai Lama, vestido sencillamente y con chanclas en sus pies, fue recibido por Barak Obama ante la protesta china.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo