Leonel Narváez nos cita a Eric Hobsbawn quien escribió "que la presencia de hombres armados es parte natural del paisaje colombiano, de igual manera que las montañas y los ríos, y que la Violencia de los años cincuenta representó una de las mayores movilizaciones de civiles armados del hemisferio occidental en todo el siglo XX. Esa Violencia se llevó algunos de mis familiares y amigos y desde entonces, frente a semejante horror, comenzaba a sentir la necesidad de encontrar alguna solución a tal problema. Sentía dentro de mí la necesidad de empeñarme en la paz".
Hoy, en este momento, quien escribe, siente la necesidad de rogarle a Dios porque la paz de Colombia siga avanzando hasta alcanzarla a plenitud y por la paz de Venezuela, por la paz del mundo, y por la eliminación de las armas, en especial; rechazo locuras como esa de "civilización nuclear" o de guerra nuclear. Hay que sembrar principios, valores, tierras, y curar al hombre, con espiritualidad y con pan material expresado en muchas cosas...
Sigo con Narváez: Tirofijo y la mala educación.
"Pronto conocí en Génova - pueblito colombiano - a la familia de Tirofijo, los Marín (Manuel Marulanda Vélez se llamaba en realidad Pedro Antonio Marín). Era una familia pobre y desorganizada, más bien diría una familia casi destruida (hoy se destruye a la familia con miseria, guerras, diáspora, efectos de injusticias de oligarquías y malos gobiernos...) Muchos de ellos tenían problemas de alcoholismo. Gustavo Marín fue compañero mío en la escuela. Recuerdo que frecuentaba de manera obsesiva la "zona de tolerancia", y luego vine a saber que murió de una enfermedad venérea".
Más adelante, dice Narváez, el sacerdote colombiano creador de las Escuelas de Perdón y Reconciliación (ESPERE) que Tirofijo "nunca supo quién era su padre y que, siendo un muchacho, tuvo serios problemas en la escuela... luego de haberlo conocido personalmente puedo asegurar que no era en absoluto una persona estúpida o perezosa. Al contrario, era lúcido, inteligente y entusiasta... nunca encontró a ninguna persona que le enseñara la bondad, la ternura y la generosidad, a nadie que le enseñara esas capacidades sociales que luego demostró poseer. Lo que confirma, una vez más, que la escuela debería ser repensada en profundidad. No hay duda de que en la vida hay que aprender matemática o gramática, pero qué bueno haber aprendido también las caricias, los abrazos, las palmaditas afectuosas en la espalda del papá y de la mamá. Sentí con claridad que percibía mis expresiones de afecto. Me daba palmaditas en la espalda y me apretaba fuertemente contra su corazón. Dentro de mí pensaba con alegría: "¡Tirofijo experimenta emociones! ¡Tirofijo es una persona humana!"
Fuente:
La REVOLUCION del PERDON de Leonel Narváez y Alessandro Armato. San Pablo.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo