El Mensaje de Jesús es luz en medio de las tinieblas, que
ilumina con el esplendor de verdades celestiales un mundo obscurecido por
trágicos errores, que infunde alegría exuberante, y confiado a una humanidad
angustiada por profunda y amarga tristeza.
Mensaje que anuncia y proclama una consoladora realidad
presente; la realidad de un mensaje vivo, y vivificante: la realidad de la luz
verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1, 9) y que no
conoce ocaso. Es palabra de vida eterna, capaz de resolver los problemas más
atormentadores, que no pueden ser resueltos con criterios o medios efímeros y
puramente humanos.
La Iglesia no pretende tomar partido por una u otra forma
particular y concreta con que los pueblos y Estados tienden a resolver los
gigantescos problemas de orden interior y de colaboración internacional,
siempre que respeten la ley divina… pero por otra parte la Iglesia no puede ser
sorda ante el grito angustioso y filial de todas las clases de la humanidad…
hacerles llegar todo el alivio y el socorro que esté a su alcance.
Las relaciones internacionales y el orden interno están
íntimamente unidos, porque el equilibrio y la armonía entre las naciones dependen
del equilibrio interno y de la madurez interior de cada uno de los Estados en
el campo material, social e intelectual. Ni es posible realizar un sólido e
imperturbable frente de paz en el exterior sin un frente de paz en el interior,
que inspire confianza.
La convivencia social requiere de dos elementos primordiales:
1. La convivencia en el orden y 2. La convivencia en la tranquilidad.
En el ámbito del orden, el desconocer a la persona y a su
propia vida, tarde o temprano, la doctrina que lo haga, seguirá un falso
camino.
Las actividades, entre ellas, la económica, han de estar
impregnadas y sancionadas por el pensamiento religioso. En armonía, en la que
la diferencia funcional de los hombres consigue su derecho y tienen adecuada
expresión; caso contrario, se deprime el trabajo y se rebaja el obrero.
Los legisladores han de abstenerse de seguir peligrosas
teorías y prácticas, dañosas para la comunidad y para su cohesión. Por ejemplo,
el positivismo jurídico, que atribuye una engañosa majestad a la promulgación
de leyes puramente humanas y abren una funesta separación entre la ley y la
moralidad; aquellas teorías que consideran al Estado o a la clase que lo
representa como una entidad absoluta y suprema, exenta de control y de crítica,
incluso cuando sus postulados desembocan y tropiezan en la abierta negación de
valores esenciales de la conciencia humana y cristiana.
El derecho allana el camino al amor, el amor suaviza el
derecho y lo sublima. Hace posible una fraterna convivencia. En cambio, el dominio
de ideas materialistas, una sociedad apóstata de Dios, le presagia catástrofes.
Otro elemento fundamental de la paz, es la tranquilidad. Más
para un cristiano consciente de su responsabilidad, aun para con el más pequeño
de sus hermanos, no existen ni la tranquilidad indolente ni la huida, sino la
lucha, el trabajo frente a toda inacción y deserción en la gran contienda
espiritual, en la que está puesta en peligro la construcción, aun el alma misma
de la sociedad futura.
Para todos: es vano agitarse, fatigarse y afanarse, sin
apoyarse en Dios y en su luz eterna.
La esclavitud económica es inconciliable con los derechos de
los obreros. Que esta esclavitud se derive del predominio del capital privado o
del poder del Estado que lo domina todo y regula toda la vida pública y
privada, el efecto no cambia. Esta falta de libertad puede tener consecuencias
muy graves, como lo manifiesta la experiencia.
No lamentos, acción es la consigna de la hora, no lamentos de
lo que es o fue, sino reconstrucción de lo que surgirá.
Que brille la estrella de Belén sobre toda la humanidad, con
augurio de un porvenir mejor; que brille la estrella de Belén para que la
dignidad y derechos de la persona humana sean respetados; que brille la
estrella de Belén para que haya unidad social, en especial, en la familia; que
brille la estrella de Belén para que sea respetada la dignidad del trabajo; que
brille la estrella de Belén para que haya reintegración del ordenamiento
jurídico, fundado en el supremo dominio de Dios y de una conciencia defendida
de toda arbitrariedad humana; que brille la estrella de Belén para que exista
una concepción del Estado según el espíritu cristiano.
Es un Mensaje de Navidad para todos los pueblos
de la tierra. Es tomado del Radio Mensaje de Navidad de 1942, en plena Segunda
Guerra Mundial, del Papa Pío XII, de vigencia para el mundo de hoy.