jueves, 21 de agosto de 2014

Francisco y su viaje a Corea

“Tierra de mañana tranquila” Papa Francisco.

En tensión permanente vive Corea del Sur ante un vecino dominado por una dictadura comunista cruel, despiadada, para la cual la libertad y dignidad humana nada valen. No entro en detalles de sus horripilantes ejecutorias recientes, ordenadas por el “joven” que está al frente de Corea del Norte. Por pura “coincidencia” lanzó unos misiles para celebrar la independencia del yugo japonés, el día que llegó a esa región nuestro santo Papa.
No hace muchos días amenazó, ese “joven” a los Estados Unidos con una guerra nuclear. De volar la Casa Blanca.
Hasta esa tensionada nación, tierra de mañana tranquila, viajó Francisco. Tierra de gente amistosa y cordial, de bellezas naturales y riqueza histórica y cultural.
La valentía del Papa le ha conducido a una región que “ha sufrido durante años la violencia, la persecución y la guerra fría, pero que nunca ha perdido la esperanza, firme en la justicia, paz y unidad”, valores que no sólo deben regir en esta parte asiática del planeta, sino en el mundo entero. Venezuela, obviamente, no es la excepción.
Francisco asistió para estar presente en la VI Jornada de la Juventud Asiática, que reunió a más de dos mil delegados de numerosos países de ese inmenso continente. Todo en aras de una gozosa celebración de la fe en Jesucristo.
La cultura coreana ha sabido respetar a los ancianos y la sabiduría que ellos guardan, y reconocerles su puesto en la sociedad. Muchos han vivido el martirio por vivir totalmente para Dios y por hacer el bien a los demás.
Los jóvenes aprenden mucho de los ancianos, y éstos de ellos.
A los jóvenes hay que enseñarles valores, entenderles en sus anhelos y preocupaciones. Educarles en el don de la paz.
Corea ha sufrido mucho por la ausencia de paz. Realiza muchos esfuerzos por la reconciliación, incluso, no pierden la esperanza de ver unida a las dos Coreas en una sola. Esos esfuerzos hay que apoyarlos para el logro de la estabilidad de toda esa región y de todo el mundo, cansado de las guerras, de la violencia y de la confrontación permanentes que sólo debilitan y destruyen.
Diplomacia y no guerra. Para Francisco la diplomacia es arte, es diálogo, es escucha atenta, sin recriminaciones ni críticas inútiles ni demostraciones de fuerza. Para él, la paz no consiste simplemente en la ausencia de guerra, sino que “es obra de la justicia” (cf. Is 32, 17).
La justicia, como virtud, requiere la disciplina de la paciencia. No se trata de olvidar las injusticias del pasado, sino de superarlas mediante el perdón (Mt 18, 21 s), la tolerancia y la colaboración.
Todos construyamos la paz en estos días tan peligrosos en la tierra. Oremos para que cesen las guerras. Se necesitan hombres y mujeres sabios, virtuosos y profundamente espirituales, ganados, con desinterés, ajenos a intereses propios, para conseguir urgentemente en el mundo la paz, la justicia y la unidad.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Principios para la convivencia social

“… la Iglesia habla desde la luz que le ofrece la fe” Benedicto XVI.
La dimensión social de la evangelización nos lleva a hacer presente en el mundo, el Reino de Dios. A asumir compromisos por el bien común, la justicia y la paz. Esta se construye día a día luchando por el desarrollo integral de todos los hombres y mujeres que habitamos en este sufrido planeta tierra.           
No podemos permitir, en aras del respeto de la dignidad humana, que nos arrastren como masa; al contrario, estamos obligados a participar por la existencia de una ciudadanía, que tenga vida política, paz, justicia y fraternidad.
Hemos venido estudiando y meditando, sacándole el jugo, a la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, del Papa Francisco. El habla de cuatro principios  que aplicados garantizan el desarrollo “de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común” (EG, 221). Son principios que “brotan de los grandes postulados de la Doctrina Social de la Iglesia” y que están relacionados con la realidad social.
Son cuatro: 1. El tiempo es superior al espacio. Permite trabajar a largo plazo sin obsesionarse por los resultados inmediatos (EG, 223), que pueden producir “un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana” (EG 224). Hay que evitar la velocidad, andar sin prisa pero sin pausa, siguiendo procesos, “sin ansiedad pero sí con convicciones claras y tenacidad”, con calma y cordura.
Este criterio también “es muy propio de la evangelización, que requiere tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo” (EG, 225). Esperar la acción del Espíritu Santo, la de la Palabra de Dios.
2. La unidad prevalece sobre el conflicto. Es necesario este principio, para construir la “comunión en las diferencias”, “la amistad social”; pero eso sí, asumiendo el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso (EG, 226).
Dice nuestro santo Papa que “este criterio evangélico nos recuerda que Cristo  ha unificado todo en sí: cielo y tierra. Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad. La señal de esta unidad y reconciliación de todo en sí  es la paz. Cristo es nuestra paz” (Ef 2, 14).
Hay una frase muy hermosa que no puedo pasar por alto: “diversidad reconciliada”, enseñanza de los Obispos del Congo (EG, 230).
3. La realidad es más importante que la idea. Como la realidad es y la idea se elabora, se hace imprescindible un diálogo permanente entre realidad social  e idea. Razonar esa realidad, verla con “objetividad armoniosa”. De otro modo se manipula la verdad (EG 232).
No ver objetivamente la realidad social, hace que el pueblo no siga al dirigente político o religioso. Porque no los comprenden. Hacen un discurso de una racionalidad ajena a la gente. Hay que encarnar la Palabra con esa realidad. Llevarla a la práctica con obras de justicia y de caridad  para que sea fecunda. No hacerlo de esa manera es quedarnos en la pura idea. “En esto conoceréis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne es de Dios” (1 Jn 4, 2) (EV, 233).
4. El todo es superior a la parte. Una persona no se anula por integrar cordialmente una comunidad, siempre habrá nuevos estímulos para su propio desarrollo. Integrarnos como locales a la globalización nos hace ampliar la mirada, nos enriquece, nos convierte en integrales.
El evangelio que se nos envía a predicar es de totalidad o integridad.  No termina de ser Buena Noticia  hasta que no es anunciado a todos, hasta que no fecunda y sana todas las dimensiones del hombre y hasta que no integra a todos los hombres en la mesa del Reino. El todo es superior a la parte. (EG, 237).