lunes, 26 de marzo de 2012

Tascio Cecilio Cipriano

“Hay que rezar usando las palabras con moderación, porque Dios no escucha las palabras sino el corazón.” Benedicto XVI refiriéndose a San Cipriano.

San Cipriano de Cartago nació en el año 200 y murió en el 258 d. C.

Cartago queda en África, al norte de este Continente.

Este clérigo y escritor romano – Cartago era provincia del imperio romano - era de familia muy rica. Para muestra un botón: vivía en una villa.

La riqueza no constituyó para él esclavitud. Estuvo libre de la avaricia y de la codicia. Lo demostró cuando fuera capaz de donar una porción de su fortuna a los pobres de Cartago.

Su caridad es prueba de que muchos hombres y mujeres – recuerdo a Prisca y Aquilia que siendo ricos ayudaron a Pablo para predicar el Evangelio de Cristo – han tenido sensibilidad ante el dolor del que sufre.

Cuando se estaba produciendo su elección popular de Obispo de Cartago, algunos presbíteros se opusieron, esgrimiendo como razones, su riqueza, su diplomacia y su talento literario. Sólo que, los pobres, que recordaban su caridad, se impusieron, resultando, de esa manera, electo Obispo de su ciudad.

El Emperador romano, Decio, en el año 235, emprendió una cruel y sanguinaria persecusión contra los cristianos. Muchos fueron los eremitas que fueron arrojados a los bosques, martirizados fueron el Papa San Fabián y Santa Agueda. A Orígenes – el alumno brillante de San Clemente de Alejandría y maestro a su vez de San Basilio Magno – se le torturó bárbaramente, para morir luego como consecuencia de ese proceder.

San Cipriano de Cartago huyó de esa persecución. Lo hizo por mandato divino y desde su refugio dirigió a sus fieles, con seriedad y entusiasmo.

Muchos adjuraron de la fe en Cristo a raíz de la persecución deciana. Fueron llamados lapsi, los primeros cristianos que adjuraron de la fe. Lo que produjo la celebración de un Concilio en Cartago que vino a resolver lo atinente a la reincorporación a la fe de los lapsi. El Concilio apoyó a San Cipriano.

Su caridad y abnegada bondad para con los necesitados le hizo ganar prestigio entre los fieles.

Una nueva persecución, la de Valeriano (Año 253), le llevó al martirio.

Resulta que, el procónsul Galerio lo apresa. Lo condenan, sin oírle, sin permitirle el sagrado derecho de la legítima defensa – que ha sido acogido como principio y ley en los ordenamientos jurídicos - , como hicieron los que sentenciaron a Jesús. Muerte a espada para San Cipriano.

El día del martirio, para este santo, uno de los Padres de la Iglesia en África, la multitud de fieles, le acompañó. Cipriano, se quitó sus prendas, sin ayuda de nadie, se arrodilló y rezó. Su respuesta ante la decisión fue: “Gracias a Dios”. E inmediatamente, luego de vendarse sus ojos, la espada hizo rodar su cabeza.

Los mártires están reservados para la diadema del Señor. Cipriano nos legó, para rezar con la oración del Padrenuestro, las siguientes recomendaciones: Que la oración salga de un corazón humilde. Que las palabras del orante sean mesuradas y estén llenas de sosiego y respeto, pensando que se está en presencia de Dios.

domingo, 18 de marzo de 2012

San Basilio y la circulación de la riqueza

“… así, por mil caminos, tú haces llegar la riqueza a la casa de los pobres” San Basilio el Grande.

San Basilio de Cesarea, Capadocia, nació en el año 330 y murió el 1 de enero del 379. Llamado San Basilio el Magno, fue obispo de Cesarea y prominente clérigo del siglo IV, considerado vital para la existencia de Occidente, que se inició con la cruel persecución del emperador Dioclesiano.

Constantino con el Edicto de Milán (13 de junio del 313 d.C.) firma la paz oficial con los cristianos. Roma se convierte al cristianismo.

Entre los Padres Griegos de la Iglesia Católica figura San Basilio. Es doctor y santo de la Iglesia Católica.

Se le ha identificado en la tradición griega con Papa Noel, como un San Nicolás en navidad.

Nació en el seno de una familia muy cristiana y de posición económica acomodada. Recibió enseñanzas de Orígenes, alumno de San Clemente de Alejandría. De allí el inicio de su ascetismo. Orígenes era un anacoreta. Basilio es pionero de la vida monástica.

Celoso en la ortodoxia, se opuso al emperador Valente que quiso introducir el arrianismo en su diócesis. Era partidario de rendirle culto a los mártires y a las reliquias. De obra extensa. Su escrito “De Spíritu Sancto” prueba la dignidad del Espíritu Santo.

Estudioso de los clásicos griegos, recomendaba a los jóvenes leyeran la literatura y filosofía de éstos.

San Basilio entendió, siendo rico, al igual que otros santos, como San Clemente de Alejandría y San Francisco de Asís – acaudalados ambos – el compromiso social de la riqueza. Por tanto, la consideraba como “un gran río (que) se vierte en mil canales sobre el terreno fértil; así, por mil caminos, tú haces llegar la riqueza a la casa de los pobres”.

La riqueza – explica Basilio – es “como el agua que brota cada vez más pura de la fuente si se bebe de ella con frecuencia, mientras que se pudre si la fuente permanece inutilizada”.

Permanece inutilizada cuando se concentra en el mundo en pocas manos; cuando no se comparte; al no hacerse uso de la imaginación para que llegue, por mil caminos, a la casa del pobre, del necesitado, del que sufre…

Solo una justa y equitativa distribución de la riqueza, de los frutos que produce el árbol y sin destruir éste, produce paz social.

Los pueblos del mundo actual quieren justicia y ésta no puede ser ajena a una más equitativa distribución de la riqueza. La imaginación de los gobernantes puede llevarla a todos, haciendo hombres y mujeres útiles para la sociedad. Una buena educación lo permite. La Iglesia es sabia y por eso, educa, evangeliza, hace al hombre rico en espiritualidad e invita, constantemente, a compartir, porque tiene claro que el hombre también necesita del pan material para vivir.

lunes, 12 de marzo de 2012

Clemente de Alejandría y la riqueza

San Clemente de Alejandría (Titus Flavius Clemens) nació en Atenas a mediados del siglo II y murió en Capadocia entre los años 211 y 216, donde fue a parar ante una de las persecuciones en contra de los cristianos. Hay quienes han pensado que nació en Egipto, ¿la razón? Que Alejandría – donde llegara a existir una gran biblioteca, la más grande del mundo en su época – pertenece a ese país africano que, recién, fuera sacudido por la llamada “primavera africana” que sacó del poder a Mubarak. Por cierto, Alejandría, en mi criterio, es la ciudad más linda del país de las pirámides donde floreciera un gran imperio.

San Clemente de Alejandría fue ordenado presbítero. De gran cultura, que se refleja en 350 citas de los clásicos griegos, en 1500 y 2000 del Antiguo y Nuevo Testamento, respectivamente. Para el santo Papa, Benedicto XVI, es “uno de los alféreces del diálogo entre fe y razón en la tradición cristiana”.

Este padre apostólico de la Iglesia Católica, en Alejandría, sembró raíces, y fue alumno brillante de Panteno, administrador de la escuela de catequesis de esa ciudad egipcia, a quien sucediera en la dirección de dicha escuela.

En “El valor de las riquezas”, una de sus obras, afirma que Dios quiere que estemos libres de pasiones desordenadas como la codicia. El quiere que desterremos del alma la primacía de las riquezas y del dinero que ahoga la verdadera vida.

Leyendo esa obra, pensamos en la actualidad, en el mundo del presente, que, no pocas veces, sus gobernantes impiden o no propician las condiciones económicas y educativas para que las personas tengan lo necesario para vivir de manera digna y decorosa. Es “indudable – afirma San Clemente – que quien carece de lo necesario para la vida se turbe de espíritu y se distraiga de lo más importante, con intento de procurárselo cómo y dónde sea”.

Los tiempos de cuaresma invitan a acercarse a Jesús y a su Pascua. Tiempo para la meditación. Para que, a través de la oración, haya un diálogo con Dios y se manifieste, en ejercicio espiritual, qué ha de hacerse como gobernante, como lideres empresariales, como políticos, para que Estados ricos y personas adineradas, de grandes riquezas, creen condiciones para que todos puedan lograr lo necesario para vivir a semejanza de Dios, que le dio al hombre dignidad. Pero que conste, no es sólo el rico – Estado o persona de riquezas y dinero – sino todos, sin excepción, que debemos practicar el compartir y la solidaridad, no solo en cuaresma sino de manera habitual, para que nadie se quede sin el pan.

martes, 6 de marzo de 2012

Ayudar a los demás

“Si algo pidieren en mi nombre. Yo lo haré” Jn 14. 14

Cuando Dios eligió al libertador de Israel de la esclavitud en Egipto, Moisés – el electo – insistiéndole al Señor le dijo: “Yo no tengo facilidad de palabra, ni antes ni ahora… soy torpe de boca y de lengua” (Ex 4, 10).

Pensó que no tendría ayuda de nadie e ignoró que el Todopoderoso se la prestaría, como en efecto, así ocurrió.

Dios: “Aarón, tu hermano, el levita, sé que habla bien… Yo estaré en tu boca y en la suya, y les enseñaré lo que tienen que hacer” (Ex 4, 14).

El Señor siempre está presto a ayudar al hombre. Este ha de tener fe, tenerlo como fortaleza y escudo. Él le ayudará (Sal 28, 7).

Estando en otro momento de larga esclavitud (El pueblo elegido de Dios – Israel), el rey Ciro le dio permiso para que fuera a reconstruir el templo a su Dios. Ciro procedía impulsado por la acción liberadora divina. Animó, también, a otros, para que prestaran colaboración con mano de obra, apoyo material y económico a ese pueblo.

Tanto en lo individual o personal, o como pueblo, debemos pedir ayuda y aceptarla cuando nos la ofrecen. “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca halla, y el que llama se le abrirá” (Mt 7, 7 – 8). “Todo lo que pidieren en oración, creyendo, lo recibirán” (Mt 21, 22).

Es indudable que Dios ayuda sin condiciones. Es la lección que Él da a todos, personas, países, organismos internacionales, ONG, etc., al momento de prestar ayuda a otros. Sin condiciones.

Generalmente, no hay ayuda desinteresada. No se ha generalizado la solidaridad, la misericordia, el amor al prójimo, y la generosidad, no pocas veces, brilla por su ausencia.

La ayuda puede ser rechazada en casos donde no reine la solidaridad. Lo considero un derecho. Un derecho a ser digno.

Hay quienes aceptan la ayuda sin importar el decoro o la dignidad. Prefieren ver engrosar sus carteras sin importarles nada.

Yo, sin ser desconocedor de tristes realidades, me anoto, con el riesgo de ser considerado ingenuo o iluso, en los que defienden la ayuda sin condiciones. Creo en la generosidad, la solidaridad, en el amor, la misericordia y en la caridad. Soy un optimista a ultranza de que cada día el mundo irá viendo crecer en número quienes practican estas virtudes de decoro y de respeto a la dignidad del hombre que a esto están dirigidas estas acciones. Son valores cristianos, valores humanos, de creyentes y no creyentes, de personas de buena voluntad. La ayuda está revestida de esos valores.