sábado, 26 de diciembre de 2009

La vigencia del pensamiento de Rafael Caldera

Acaba de fallecer Rafael Caldera, dos veces presidente de Venezuela.
Haciendo abstracción de sus presuntos o reales errores, que no podían estar ausentes de una extensa “parábola vital” de luchador, voy a rendirle homenaje a un insigne venezolano.
Ese homenaje lo fundamento, analizando su pensamiento expresado en su mensaje final publicado en El Nacional del 26 de diciembre de 2009, día cuando sus restos recibían cristiana sepultura. El dejó esta vida el 24 de diciembre a las dos de la mañana cuando el Príncipe de la Paz, el Niño Jesús estaba próximo en venir para salvarnos y no juzgarnos por nuestros pecados.
Por ese pensamiento, vigente para quien escribe estas notas, guió su vida de luchador.
¿Cual es ese pensamiento? La lucha por la justicia social y la libertad.
Dejar a un lado el autocratismo, la propensión militarista, los extremismos de la izquierda y las desigualdades sociales. La república democrática es el resultado de la firmeza de las instituciones, mejores condiciones de vida, la separación de los poderes públicos y el imperio de la Constitución y las leyes.
El mensaje es una reafirmación de fe democrática. De Combate a los extremismos del liberalismo económico y el socialismo colectivista que, de nuevo, han fracasado.
La democracia necesita de una arquitectura para su organización. Esta arquitectura consiste en que la democracia tenga sustancia o contenido, y la existencia de sufragio universal, la representación mediante el parlamento de la voluntad general, existencia de partidos políticos, pluralismo de corrientes y la expresión a través de los medios de comunicación social.
Sin libertad el desarrollo no tiene sentido. Yo podría afirmar que es la tragedia de China con su comunismo – capitalismo el “ejemplo” incapaz de aceptar la más mínima disidencia.
“Sin libertad, se puede perfeccionar la industria pesada, pero no la justicia o la verdad”. Caldera.
El derecho laboral, que lo tuvo a él como uno de sus grandes cultores, en este mensaje que parece una carta dirigida no solo a los venezolanos sino allende las fronteras de Venezuela, se resalta. Podría decir que es una carta de un laico cristiano católico que encontró, en la Política, la manera más cristiana de servirle al prójimo.
Una democracia debe valorar y proteger el trabajo, que es “pieza fundamental de la civilización”.
Una democracia debe enaltecer a la familia, célula de la vida social.
Caldera se fue con la esperanza en la nueva juventud de la Patria que como nuevas generaciones, llenas de ideales, anhelan lanzarse a la conquista de la tecnología, al dominio efectivo de los recursos naturales, a la integración armónica que dé a nuestras naciones entidad suficiente para no estar sujetas al capricho de las grandes potencias. “En fin, aspiran a una revolución tan diferente de las revoluciones tradicionales que envuelva…, una concepción revolucionaria de la revolución”
Que haya libertad para lograr la justicia y ejercer la solidaridad humana porque “… la miseria en cualquier país de la tierra es una amenaza ineludible para la prosperidad y el bienestar en todos los países”. Debe haber Justicia Social internacional para oponerla a una globalización sin control.
Interesante resulta para mí, una de las citas al hoy venerable Papa, Juan Pablo II. Dice en su mensaje Rafael Caldera “contamos con la ayuda divina, el don de la gracia que viene de Dios como recordaba el venerado Papa, Juan Pablo II. Por medio de ella – nos dijo -, en colaboración con la libertad de los hombres, se alcanza la misteriosa presencia de Dios en la historia que es la Providencia” (Centesimus annus, No. 59)
En el resurgir de los partidos, que necesitan de una verdadera calidad humana de sus dirigentes, yo les recomendaría la lectura y estudio de este mensaje, de un luchador de “extensa parábola vital”: Rafael Caldera.
La historia lo juzgará. Dará su veredicto. La historia dirá cuales fueron sus presuntos o reales errores. Hasta dónde llegará la trascendencia de los mismos. Para mí, sin pretender influir en la historia, Rafael Caldera fue un hombre público honesto, y que amó la paz, luchó por ella. Si en ese veredicto así se deja sentado, será su éxito para la posteridad. Honestidad que hoy hay que poner de moda. Ser honesto es ser revolucionario y Caldera lo fué.

domingo, 20 de diciembre de 2009

La Navidad y su significación.

La Navidad está precedida por el Adviento que es esperanza en la venida de Dios a la tierra. Es trascendente esta presencia porque, a partir de ese momento, el Cristianismo toma un rostro humano, pasa a ser una religión de un Dios vivo.
La Navidad es un gran acontecimiento porque significa el nacimiento del Niño Jesús, es decir, de Dios, que viene a salvarnos de nuestros pecados.
Jesús viene como Rey, que gobierna con prudencia y aplica la justicia y la ley en beneficio del que sufre, del marginado, de los pobres y de todo el que se ha alejado de Dios y lo rechaza. Quiere el arrepentimiento del que rechaza a Dios.
Jesús, que es Dios, es amor, misericordia y paz. Su poder es infinito y eterno. Nos ama y vino a asumir nuestros pecados, sin ser él pecador, para tener una muerte en Cruz. Muerte ignominiosa.
Jesús cumple la voluntad del Padre. Para Dios no hay nada imposible. Acepta esa muerte en Cruz porque sabe que vendrá después su Resurrección y que el premio de ésta es la vida eterna.
La muerte en Cruz y la Resurrección son la base del cristianismo. Sin ellas, el Cristianismo no tendría razón de ser. Constituyen la razón de mi fe, de nuestra fe.
¿Cuál es mi esperanza en estos días? Que las familias que viven situación difícil tengan y mantengan fe en Dios, que no desampara a nadie; que haya justicia, que se aplique la ley con celeridad e imparcialidad, que la inseguridad sea minimizada, que haya paz y unidad entre todos los venezolanos. Es lo que le pido al Niño Jesús en esta Navidad, para que haya tranquilidad en días de crispación y confrontación inútiles, que, mayoritariamente, el país rechaza ante la terquedad de quien o quienes actúan de esa manera.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Las relaciones en el mundo de la globalización.

La muchedumbre escuchó en las diversas lenguas, el anuncio de las “maravillas de Dios” (Hch 2, 4 – 11).
El hombre no puede estar aislado. Su naturaleza, de ser social, le impulsa a relacionarse. Lo relacional, que está ligado a relación, es conexión, trato, comunicación de alguien con otra persona.
Son de distintos tipos las relaciones humanas, que como persona individual o como pueblo, se pueden establecer.
Un país necesita de buena diplomacia que, siendo el arte del disimulo, permite las buenas relaciones comerciales, culturales, sociales, políticas y de toda índole.
Como persona individual, el hombre y la mujer, necesitan de relaciones para aprender, ejercitar una carrera, ganar dinero, disfrutar o simple y llanamente, ganar amigos. Deben actuar, en los vericuetos de la vida social, con tino, perspicacia, circunspección, política y diplomacia. Ser mansos como palomas y astutos como serpientes.
En las relaciones deben prevalecer la cortesía, el buen trato, el buen decir o hablar, el respeto a la dignidad de las personas, a su decoro, y respetar la confianza.
Las relaciones no deberían tener como prevalente el comercio, los intereses materiales y menos, cuando se trata de amistad. Ésta, por interés, se desvirtúa. Sería cualquier cosa, pero, nunca, amistad.
Cierto es que lo relacional es esencial para la vida de los pueblos y de los hombres.
¿Cuál es la principal conexión del hombre y la mujer?
Con Dios. Con lo Trascendente. Como cristiano católico, con Dios, Jesucristo y el Espíritu Santo. Y agrego, de inmediato, y con la Iglesia. Es, si se me permite decirlo, el elenco prevalente de relacionalidad del católico.
El desarrollo está vinculado, diría que de manera indisoluble, a la inclusión relacional que, obviamente, es opuesta al aislamiento. Es realidad de comunión, de participación en lo común, de trato con Dios, de amor al prójimo, de trato familiar, y de recibir la eucaristía. ¡Pobre del país que margina a Dios! ¡Pobre de un pueblo sin fe!
¿Qué quiere Dios de los pueblos y de las personas individuales?
“Que sean uno como nosotros somos uno” (Juan 17, 22). Esta unidad la logra la Iglesia caminando por los vericuetos de los caminos de toda la tierra. Porque la Iglesia ante las dimensiones culturales de la globalización asume el desafío de defender el humanismo cristiano. Como dice Juan Pablo II, “la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium).
La Iglesia, caminando por el mundo, busca la unión de todo el género humano, con toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, en plena unidad con Jesucristo.
Que esa unidad esté caracterizada por el amor, la verdad, la fraternidad y la paz, para el desarrollo humano integral. Que esa relacionalidad con Dios, con Jesucristo y el Espíritu Santo (la Santísima Trinidad) repele, rechace, al sincretismo superficial que, según mi admirado Papa, Benedicto XVI, es “un posible efecto negativo del proceso de globalización” (Cáritas in veritate Nos. 54-55); sincretismo religioso que es “factor de dispersión y de falta de compromiso”, que sólo persigue el bienestar individual y margina o rechaza lo Trascendente, a Dios.
Entre tanto, hasta la eternidad, la Iglesia sigue caminando, todos los días, anunciando el Evangelio de Jesús que es “camino, verdad y vida”, superando la dispersión de Babel de ayer y de hoy, anuncio que, de Jesús, debemos hacer, todos los días, los laicos católicos, como un deber de conciencia y de fe.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Autoridad y poder

Sé que es difícil diferenciar la Autoridad del poder porque son conceptos que van estrechamente de las manos, sin embargo, me atrevo a hacerlo. Por cierto, que esos conceptos están ligados a los términos influencia y obediencia.
La Autoridad y el poder encuentran justificación si las personas u órganos que las detentan pueden influenciar, persuadir y convencer. Todo dirigido a la obediencia del gobernado o dirigido.
Toda sociedad, como organización de personas que es, necesita de disciplina. Pues bien, la obediencia, que es una virtud natural indispensable, hace que exista disciplina y eficacia en toda organización, teniendo como principal de ésta, la sociedad civil.
Jesucristo tuvo una obediencia sobrenatural. Se hizo obediente hasta la cruz en muerte. Jesús obedecía la voluntad de su Padre, que nos lo dio para la salvación por nuestros pecados.
La Autoridad no puede estar reñida con la religiosidad, con la moral, la ética, la preparación, el civismo y la honestidad. En esto no puedo pasar por alto que ser honesto es ser revolucionario. La Autoridad debe amar a Dios y al prójimo, y tener conocimiento de Dios y temor a Él.
El poder es el uso de la fuerza para hacer que el gobernado obedezca. Esa fuerza es exclusiva del Estado para garantizar el orden, la paz y la seguridad ciudadana. Grave es cuando esa fuerza cae en manos de mafias, de bandas delincuenciales y de organizaciones híbridas de funcionarios policiales y militares delincuentes. Sus efectos son de la alarma ciudadana de toda Venezuela.
Ideal sería que, en un gobernante se conjuguen la autoridad – como concibo en mi intento de diferenciarla del poder – y el poder, porque el gobernante debe garantizar la seguridad ciudadana. Si tiene que aplicar medidas incruentas tiene que hacerlo, por supuesto, sometido a la ley.
El artículo 7 de la Constitución vigente en Venezuela, establece, que “ésta es la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico. Todas las personas y los órganos que ejercen el Poder Público están sujetos a esta Constitución”.
Entonces definamos que la Autoridad merece respeto, si tiene mérito, si no es déspota, si no es injusta, si no es corrupta, si busca el bien de todos, entonces así, es una cualidad y sus leyes y órdenes serán obedecidas.